Mi abuela

Mi madre falleció hace cinco años, dando a luz a mi hermana. Sin embargo, hoy siguen aquí. A mi madre le gusta charlar con sus amigas sobre sus sueños frustrados y el paso del tiempo, también hace croché, una bufanda o unos guantes para mí cada navidad. Mi hermana -como siempre me había imaginado- odia estar sola y cuando está oscuro se hace un ovillo bajo la manta y tiembla. Le pasa lo mismo cuando no le das la mano. En estas dos situaciones su rostro se contrae y llora.

Mi madre se mece en su silla y teje y mi hermana juega en la alfombra a sus pies. Nunca salen a la calle y caminan sigilosas por la casa, siempre juntas. Cuando coincidimos se paran en seco y hacen que sonríen, como si hubiera interrumpido algo entre ellas. Por eso cuando papá no está me siento solo.

Hace meses ellas eran más humanas. Me saludaban todos los días y me decían “te quiero”. Mi madre preparaba café y veía programas basura en la televisión. Mi hermana lloraba por la noche y reía por el día. A veces su rostro se asemeja al de un lémur, con los ojos muy grandes y el rostro atemorizado. Poco a poco, “mamá” comenzó a moverse con dificultad, como si su columna se estuviera enroscando. Hace ya varias semanas que se pasa los días suspirando, con la voz completamente desgarrada. Dice que echa de menos a su madre. Me mira a los ojos e insiste: “La echo tanto de menos”.

Mi padre se muestra indiferente y ha dejado de llorar a solas en su cuarto. Cada tarde, cuando llega a casa, besa a mi madre y nos abraza a mí y a mi hermana. A veces yo también me dejo llevar y soy feliz, pero siempre lo tengo presente y ellas lo saben.

Hoy llega un nuevo paquete a nuestra casa.

 


Este relato resultó finalista del Concurso Juvenil #historiasdefuturo de Zenda

 

7

61 veces visto

Deja una respuesta