El campo está repleto de girasoles, grandes pétalos amarillos, cabezas ladeadas llenas de dudas. Al fondo de la carretera se asoma el sol, muy tímido, como un medio limón, tan jugoso y fresco que me apetece comerlo crudo, exprimirlo en mi boca… llorar. Rebeca se sienta en el asiento del copiloto con las piernas extendidas sobre el salpicadero. Deja caer una mano por la ventanilla, como una rama retorcida, los ojos cerrados y una gran sonrisa.
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Arranco. Comienza a reírse. Su tez brilla, su risa luce interminable (infinita), como una gran cascada de flores violetas con abejas.
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Subo la música de la radio. Los girasoles bailan al unísono, casi me parece saborear jugo de limón. El sombrero de Rebeca vuela y se pierde en la lejanía de la infinita (interminable) carretera. Vuelven las abejas a revolotear entre sus dientes perfectos.
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Cuando aparcamos nos bañamos en el río. Rebeca no para de reír, las corrientes de agua le besan los pies, el ombligo… El gran limón se esconde tras los árboles, sombras majestuosas se apoderan de nosotros.
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Rebeca se sumerge como una nutria. Los girasoles, lejos, ladean la cabeza y se hacen miles de preguntas ¿Quién es Rebeca? ¿Por qué se mueve como un alga? Sale del agua y escurre su pelo rizado, se le iluminan todas las estrellas que tiene en la cara mientras posa.
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Tiene dos manos finas, hechas de harina, labios que saben a fresas salvajes y unas granadas a punto de explotar en los mofletes.
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Rebeca me llama por mi nombre. ¿Quién es Rebeca?
Siempre que volvemos a casa, ella deja su sombrero, ese que recuperamos cada vez que vuela, y se va. Todo parece una excusa para volver al día siguiente.
Cada vez que la miro, cada vez que las cataratas salen de sus labios y cada vez que los girasoles se vuelven hacia mí, noto un limón en mi boca. Ácido. Nos reímos bajo las frías aguas del río, sin hacer ruido, con los ojos abiertos y salen miles de burbujas ¿Quién es Rebeca? ¿Y por qué no deja el sol de brillar?
Mi carrete parece cansado de guardar sus retratos, pues cuando revelo las fotos del día es extraño que ella no aparezca y sí lo hagan los girasoles. Los escucho cantar.
Con este relato gané el Primer Accésit XVIII Premio de Microrrelatos “El Brocense” Bachillerato
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