Era un hombre que no tenía color. Siempre angustiado con los brazos hacia abajo, con una sonrisa al revés. Un día se miró en una bola de Navidad, no vio absolutamente nada, sólo una sombra siniestra a lo lejos. Sin embargo cuando se miraban los demás se reflejaban.
Aquel día vio en el parque a dos niños compartiendo sus sonrisas con todo el mundo. En ese momento le dieron ganas de ser como ellos. Pero no fue capaz de sonreír y siguió su camino.
Se hizo de noche de repente y una luz, que salió de una estrella, cayó sobre él. Dos hombrecitos con trajes blancos aparecieron en ese momento y le cogieron, cada uno de una mano. Con ellos vio Saturno, Urano e incluso Plutón. Después visitaron un planeta desconocido de color rojo, verde y blanco, plagado de árboles de Navidad. Había miles de bolas blancas por todas partes. Se miró en una de ellas y se reflejó en todas a la vez. No vio ninguna sombra siniestra, sino su cara sonriente por todas partes. Intentó escapar de aquella pesadilla pero los hombrecitos le agarraban con fuerza. Él les empujó y salió corriendo sobre una línea blanca, hasta llegar a un punto donde la línea se acababa… miró hacia atrás y los hombrecitos ya estaban encima de él.
Saltó.
Apretó los ojos por el miedo que tenía y cuando los volvió a abrir gritó muy fuerte. Al mirar alrededor vio que estaba en su cuarto. Se levantó de la cama apresuradamente y fue al baño. Se miró en el espejo y tenía la sonrisa al revés, como los niños del parque. Se frotó los ojos y volvió a mirarse pero seguía sonriendo como si fuera de verdad.
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