Aquel libro le fascinaba, no podía dejar de leerlo y todos los días iba a la biblioteca para seguir leyendo.
Julia, nuestra protagonista, cogió el libro una vez más. Al leer un nuevo capítulo descubrió que era una historia de terror. Pero aunque lo fuera y aquellos libros no le gustasen, no podía apartar la vista de él.
El relato continuaba así: “La bibliotecaria abrió la puerta y dio un grito al ver que cien zombies se abalanzaban sobre ella. Cada uno vestía de una manera, uno llevaba puesto una camiseta cortada, llena de sangre, el brazo parecía que se iba a caer en cualquier momento. Sus mandíbulas estaban desencajadas, a muchos les faltaban los ojos, a otros se les abría la cabeza, todos se reían de la desgracia de la bibliotecaria y la mordieron para convertirla en uno de ellos. Entonces la piel se le encogió hasta que se le vieron los huesos, su cabeza dio vueltas y vueltas hasta que se le desencajó del cuello, algunos de sus dientes se cayeron y rodaron por el suelo, su pelo se despeinó y se cardó, sus cejas desaparecieron, sus párpados también, sólo se le veían los horribles ojos. Una de sus manos cayó y empezó a caminar por el suelo, sus piernas se tambaleaban. Casi no podía caminar. Daba dos pasos por minuto. Los zombies le habían cortado su ropa dejándola hecha añicos… ya era un zombie en toda regla.”
A los cinco minutos Julia oyó un grito, pero era un grito de verdad, parecía la voz de la bibliotecaria, la de verdad. Provenía del otro extremo del edificio. Julia no le dio mucha importancia y siguió leyendo. “Caminaba junto a ellos sin perderlos de vista, mientras las luces se encendían y apagaban sin parar”.
Las luces de la biblioteca parpadearon. ¿Y si estuviera sucediendo todo lo que leo? –se preguntó Julia. Sin embargo, se concentró en la lectura, aquel libro le atraía tanto que podría leerlo con las luces apagadas, podría leerlo incluso con gritos espantosos.
“Unos golpes hicieron retumbar el suelo. Los zombies se movían hacia la única sala del edificio donde no habían estado”.
Unos fuertes ruidos se escucharon también en la realidad. A Julia le empezaron a sudar las manos, le cayó el libro al suelo y se agachó a por él con las manos temblorosas. Tenía tanto miedo que ya no pudo levantarse y se quedó en cuclillas debajo de la mesa. Como si no fuese capaz de hacer otra cosa, abrió el libro justo por la página donde lo había dejado y siguió leyendo muerta de miedo.
“La puerta se abrió y …”
La bibliotecaria apareció de repente. Al asomar la cabeza debajo de la mesa, Julia vio que no era un zombie y le contó lo que había pasado, pero, claro, al parecer todo tenía una explicación… La bibliotecaria había gritado al ver un ratón, el ratón mordió el cable de la electricidad, ella le quiso darle con un libro, pero falló y golpeó el suelo provocando un gran estruendo.
Eso le contó la bibliotecaria, pero no tenía por qué ser verdad pues los zombies mienten.
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