Ni media palabra

Caminaba a paso ligero escuchando con atención el canto de los pájaros. El final del libro me había dejado impactado. Lo había conseguido en un mercadillo y olía tan bien que me apetecía mordisquearlo, pero no lo hice hasta que lo terminé.

Deambulaban por la calle personas como las del libro, pero estas no se saludaban ni dialogaban.  Sus caras iban pegadas a una cosa brillante, de un tamaño pequeño, que concentraba toda su atención.  Ni siquiera sabían por dónde pisaban, y tropezaban unos con otros y a veces conmigo.

Quise preguntarles sobre algún sitio en el que vendieran libros de mi querido Mark Twain, pero no me salían las palabras y ellos me miraban con recelo al verme abrir la boca.

Y así pasaban los días mientras esperaba que abriese de nuevo el mercadillo semanal. Me invadía la soledad y no podía evitar seguir levantando la patita en cada farola.

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