Para echar a correr

Evitan ser mirados y al verme huyen por el pasillo despavoridos, quizás sea porque llevo una semana sin peinarme. Me quedo sola, genial, para lo que hay que oír. ¿No podría mi padre haberse muerto un poco más tarde, cuando fuera mayor de edad? Así no tendría que aguantar a todos estos hombres que no dan palo al agua. Y para colmo por la tarde viene ese juglar cojo a mi habitación, a cantarme versos estúpidos, con esa rima consonante al azar sin ninguna pizca de esmero. ¿Quién podría rimar reina con peina sino él?

Le miro cruelmente apretando los dientes, a ver si logro que deje de tocar la maldita mandolina, pero no, qué va. ¿En serio no lo pilla? Tampoco es tan difícil…

Al día siguiente volvió con esa sonrisa. Y yo  dejaba caer mi cabeza hacia atrás para que viera lo aburrido que me resultaba. El martes me levanté del trono y me fui al baño descaradamente, estuve allí al menos una hora, pero cuando regresé él seguía recitando. El miércoles me tapé los oídos con los dedos índices haciéndole burla, pero nada. El jueves antes de que llegara cogí una pistola de duelo y la cargué con pólvora. La escondí entre los pliegues del vestido justo cuando el juglar entraba por la puerta más serio que nunca.

Se colocó donde siempre y me miró fijamente, en lugar de sacar una mandolina sacó un trabuco.

—————

La  maté porque era odiosa. Se reía de mis versos y yo me pasaba horas componiendo. Lo único valioso en ella resultó ser su pie derecho.  Es perfecto, como una obra de arte, lo corté minuciosamente, y me queda como un guante.

Ahora tengo dos preciosos pies.

6

10 veces visto

Deja una respuesta