Se busca

El hombre se asomó tras el telón y saludó al público con su mano derecha cubierta por un guante, con una amplia sonrisa anunció:

-¡Vuelvo ahora con otro número!

Se dirigió al camerino a paso ligero y con la cabeza bien alta. Preparó su varita, su chistera, y ensayó por última vez. Tuvo algún problema con el conejo que no quería meterse en la chistera. Los maquilladores le untaron la calva de cera para que reluciera y echaron un montón de gomina en le bigote hasta ponerlo tieso como un alambre.

Se encendieron los focos. El teatro tenía telarañas, las butacas estaban llenas de roña y en las alfombras había restos de comida y pañuelos usados. El público esperaba ansioso y al levantarse el telón recibieron al hombre con una gran ovación. El mago se colocó en el centro del escenario mostró al público su chistera vacía y sacó al conejo  a regañadientes. De repente entró en el teatro un tipo de largas barbas blancas y cara de pocos amigos, parecía que tenía prisa, pero al ver que todo el mundo se volvía para mirarle, se paró seco y con tranquilidad sacó una pipa de un bolsillo de su abrigo y la encendió. Cerró la puerta de un portazo no sin antes mirar fuera. Avanzó hacia las butacas, vestía una larga túnica negra que al arrastrarse por la alfombra recogía toda la porquería. Todos permanecían callados y le miraban, entonces el mago dio una palmada y los técnicos se pusieron manos a la obra. Colocaron un gran armario en el plató y la gente sacó sus móviles. El mago proclamó:

-Señoras, caballeros, he aquí el truco de magia que todos esperaban, ¡sí! procederé a ejecutar mi famoso truco. Pero necesito a alguien del público ¿Quién quiere participar?

Casi todo el mundo levantó la mano, algunos muy alto, incluso hubo gente que saltó en el asiento. Al fondo del teatro el viejo también levantó la mano discretamente, el humo negro de su tabaco se expandió por la sala e hizo toser al mago.

-¡Usted, el de la pipa, venga aquí!- se escuchó un lamento general en todo el teatro.

El hombre de barba blanca caminó sin prisa alguna hacia el escenario, arrastrando más porquería con su túnica.

-Bien, señor…

-Jhonson -dijo el tipo después de vacilar un rato.

-Bien señor Jhonson entonces, tiene usted que meterse en este armario.

El  hombre obedeció sin más, ni siquiera se paró a apagar la pipa, y el mago cerró las puertas pronunciando unas palabras impronunciables. Dio dos toquecitos con la varita en el armario mientras los ojos de la gente seguían la actuación sin perder detalle, muy atentos a cualquier detalle que pudiera poner bajo sospecha la autenticidad del truco.

-Cuando yo abra las puertas el señor Jhonson habrá desaparecido.

Lo abrió lentamente y en efecto no había nadie.

Aplausos.

Otros dos toques.

-Ahora cuando yo abra las puertas Jhonson aparecerá.

Abrió muy confiado pero Jhonson no apareció.

El público estaba atónito, algunos se mordían las uñas, a otros se les cayeron los móviles.

El mago pareció entrar en pánico, comenzó a abrir y a cerrar las puertas como loco, los técnicos eligieron una música de suspense tratando de salvar la actuación. Pero esto angustió más al mago que terminó por echar el telón él mismo y salir por patas.

En las calles se escuchaba una tenue música misteriosa, que ahuyentaba a los turistas, un crujido, un chirrido, dos toquecitos que a los paseantes les producían escalofríos. Se escuchó la puerta del armario abriéndose y cerrándose una y otra vez. El viento se llenó de un humo negro que espantaba a los pájaros. Y por la plaza del pueblo rodaba un cartel en el que se podía leer “Se busca a Sinnombre Jhonson, vivo o muerto, recompensa un millón de euros”


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