Se había dejado la ventana abierta de par en par, y cuando yo subí a la habitación, la cortina agitada por el viento acariciaba a las palomas blancas del papel pintado de la pared.
Me avalancé sobre la ventana y la cerré, pero ya era demasiado tarde, una de las alas de las palomas sobresalió del papel pintado. Cogió volumen y textura, hasta que salió por completo todo su cuerpo.
Se había convertido en una blanca y delicada paloma.
Quise acariciarla, pero ella me dio la espalda.
Chocó contra la ventana, haciendo una especie de chillido tan agudo que por no seguir escuchándolo abrí la ventana, e inmediatamente salió.
En el aire se convirtió en una bestia enorme. Una de sus alas podría sostener un avión. Y mientras sobrevolaba mi jardín, un líquido amarillo y espeso cubrió por completo mi coche.
